Imagem capa - Mi amigo el caracol grande por María Paula Carabajal

Mi amigo el caracol grande

En el comienzo del aislamiento preventivo y obligatorio hacía pocos días había ido a buscar a Liz, mi hija de 4 años a la casa de su papá. El no poder ir a la plaza o al jardín es un punto en contra para muchos chicos (e incluso para adultos) y no iba a dejar atrás a la niña que acababa de llegar.

Para empezar a jugar mientras las tareas que nos conciernen se organizaban, decidimos empezar saliendo al patio. Liz es fanática de jugar afuera y ama a todos los animales en cada lugar al que va, en este caso, Ava y Gala.

Como todavía hacía calor, salíamos a jugar, saltar en la cama elástica, correr a las perras, inventar cuentos mágicos entre los árboles frondosos; también revolvíamos la tierra y saludábamos a los gusanos, las arañas, bichitos bolita y detrás de un palet que está recostado sobre la pared encontramos caracoles.



Para ese entonces, una película llamada "turbo" estaba en Netflix. Liz esa semana todos los días a la mañana iba a buscar un caracol, lo ponía en un balde o un vaso y se sentaba en el sillón, mientras mirábamos la película.

No sólo fue una semana (o dos, no recuerdo con exactitud) en la que miraba la misma película todos los días, quién sabe de niños, sabe que es un comportamiento normal. Fue también una semana en la que aprendió a tener paciencia para que los caracoles salgan, que a veces producen baba, son insectos lentos pero ágiles y pueden perderse, también que después de jugar hay que lavarse las manos, que hay que prestar atención y que después de darles amor, hay que llevarlos devuelta con sus amigos caracoles.








Liz adora a los insectos y más adora hacerse amigos. Claro, extraña a otros chicos como ella que no le digan siempre lo que tiene que hacer y tengan ganas de jugar y correr. Pero por el momento hay que cuidarnos y estar en casa, seguir aprendiendo como Liz a tener paciencia y de los caracoles, a salir siempre y cuando sea seguro.

Hay que aprender como los niños a hacer a tener paciencia, a hacer amigos, a tener imaginación. Ni hablar del amor y fortaleza que tienen en un cuerpo tan pequeñito y con el tiempo a veces se pierde en los cuerpos más grandes.




Algo que destaco es su curiosidad, no tiene miedo en indagar en lo desconocido. Que hermosa cualidad en tantos pequeños que se aventuran en un mundo que nosotros hoy en día vemos tan cotidiano y nos dejamos de preguntar el por qué de todo (no todos, no siempre). Y aunque son los chicos aquellos que más preguntan, algunos opinan que ellos son los que lo saben todo. Será de alguien que en la mirada de un niño encontró muchas respuestas. Qué opinan?




Cuando más acostumbrada me encuentro a lo que me rodea, las preguntas empiezan a ser para conmigo misma ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué? ¿Soy feliz? Pero que esas preguntas no me hagan vacilar, ya que acá está Liz para ponerme los pies bien en la tierra, impulsarme, estoy para acompañarla, para responder las preguntas que sepa responder, para abrazarla, para darle amor, ayudarla a ser valiente, incentivarla a ser curiosa y seguir buscando caracoles.